Todos tenemos dos almas


Una de las almas nace con el soplo de vida del Creador: al barro lo modeló a su imagen y semejanza. Alma de Dios. La otra parece el soplo de la muerte del ángel malo, astuto, que aparece siempre enroscado, arriba, en el árbol del cargo, del ego, de las nubes…

El demonio a menudo está en paro, ya no tiene que tentar: hizo bien su trabajo, supo inocular el veneno que presentó como jarabe curativo, o como agua bendita..Se disfraza de cara buena.

Porque hay dos almas, un solo cuerpo con dos caras que parece una sola. Nunca se sabe a qué alma pertenece cada cara. Por eso vivimos en la desconfianza. Dijo Jesús: “por sus frutos los conoceréis”…No miren la cara, ¡miren los frutos! Pero hay que ahondar más todavía…”Si parecía que no había roto un plato”, “si parecía que Dios le consultaba para hacer su salvación”, “si parecía el más salesiano de los trabajadores”….

¿Cómo distinguir la cara de cada una de las dos almas?

No, por las obras no se distinguen, ni por la imagen que dan. ¡Se distinguen por la manera de mirar, por las motivaciones profundas! Nunca se saben..A veces ¡ni uno mismo! No es fácil distinguir el trigo de la cizaña en el propio trigal. Por eso no se debe juzgar ni desconfiar sistemáticamente, pero sí se debe estar prevenido, es obligado defenderse y, en la medida de lo posible, hay que ayudar a clarificar o a desenmascarar: es un gran servicio que se hace a la familia, a la empresa, a la iglesia, al grupo o asociación, a la sociedad…¡a la amistad!