Desde
hace tiempo se define a la música como una de las principales fuentes
de placer y emoción de la vida. Nos casamos con música, nos graduamos
con música, escuchamos música cuando estamos tristes.
Dada
la antigüedad, universalidad y popularidad de la música, hace tiempo
que los estudiosos del tema asumieron que el cerebro humano debe estar
equipado con algún tipo de lugar destinado a la música, una pieza de
exquisita arquitectura cortical dedicada a detectar e interpretar las
señales melodiosas de la música.
Sin embargo, los científicos tardaron años en encontrar pruebas concluyentes de ese campo específicamente musical.
Ahora,
un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT) desarrolló un nuevo enfoque para tomar imágenes del cerebro que
permitan revelar lo que los estudios hechos en el pasado habían omitido.
Al
analizar matemáticamente los escaneos de la corteza auditiva y agrupar
racimos de células cerebrales con patrones de activación similares, los
científicos han identificado sendas neuronales que reaccionan casi
exclusivamente al sonido de la música.
Un
receptor podría disfrutar u odiar el género de muestra. No importa:
cuando se reproduce un fragmento musical, se activa un conjunto
específico de neuronas en el interior de un surco de la corteza auditiva
del receptor.
Otros sonidos como el ladrido de un perro o el agua corriente de un inodoro dejan impasibles a los circuitos musicales.
Nancy
Kanwisher y Josh H. McDermott, profesores de neurociencia en el MIT, y
su colega de posdoctorado Sam Norman-Haignere publicaron sus resultados
en la revista especializada Neuron. Las conclusiones ofrecen a los
investigadores una nueva herramienta para explorar los contornos de la
musicalidad humana.
“¿Por
qué tenemos música?”, dijo Kanwisher en una entrevista. “¿Por qué la
disfrutamos tanto y queremos bailar cuando la escuchamos? ¿En qué
momento del desarrollo podemos ver esta sensibilidad a la música; es
ajustable a la experiencia? Estas son preguntas importantes e
interesantes que podemos empezar responder”.
Los
investigadores mostraron que su protocolo analítico había detectado una
segunda senda neural en el cerebro de la cual los científicos ya tenían
evidencia y está sintonizada con los sonidos que genera el habla.
El
equipo del MIT también demostró que los circuitos del habla y la música
están en partes diferentes de la extensa corteza auditiva del cerebro,
donde se interpretan todos los sonidos y que cada una es en gran medida
sorda a las pautas de la otra. Cuando se trata de responder a las
canciones con letra hay una cierta superposición.
El
nuevo estudio “toma un enfoque muy innovador y es de gran importancia”,
dijo Josef Rauschecker, director del Laboratorio de Neurociencia
Integrativa y Cognición en la Universidad de Georgetown. “La idea de que
el cerebro da un tratamiento especializado al reconocimiento de la
música, que considera a la música una categoría tan fundamental como el
habla, es muy emocionante”.
De
hecho, dijo Rauschecker, la sensibilidad musical quizá sea más
importante para el cerebro humano que la percepción del habla. “Hay
teorías de que la música es más antigua que el habla o el lenguaje”,
dijo. “Algunos incluso argumentan que el habla evolucionó a partir de la
música”.
Los
investigadores del laboratorio de Kanwisher se preguntaron si el
sistema auditivo podría estar organizado de modo que diera sentido al
paisaje sonoro a través de un tamiz categórico. De ser así, ¿cuáles
serían los sonidos o elementos sonoros tan esenciales que el cerebro
asigna una parte de la materia gris a la tarea de detectarlos?
Para
responder a la pregunta, McDermott, ex-DJ, y Norman-Haignere,
guitarrista clásico, empezaron a reunir una biblioteca de sonidos
cotidianos: música, habla, risa, llanto, susurros, rechinidos de
llantas, banderas ondeando, el tintineo de campanillas.
Los
investigadores obtuvieron un conjunto de 165 fragmentos de sonido
distintivos y fácilmente identificables de dos segundos cada uno. Luego
escanearon los cerebros de 10 voluntarios (ninguno de ellos músico)
mientras escuchaban dichos fragmentos sonoros.
Se
enfocaron en la región auditiva del cerebro, ubicada en los lóbulos
temporales justo por encima de las orejas; analizaron matemáticamente
los vóxeles (píxeles tridimensionales) de las imágenes para detectar
patrones de excitación o calma neuronal.
“La
fortaleza de nuestro método es que es neutral en cuanto a hipótesis”,
dijo McDermott. “Solo presentamos un conjunto de sonidos y permitimos
que los datos hablen”.
Generaron seis patrones de respuesta básicos, seis formas en que el cerebro catalogaba los ruidos entrantes.
Al
emparejar los fragmentos de sonido con los patrones de activación, los
investigadores determinaron que cuatro de los patrones estaban
vinculados a propiedades físicas generales del sonido como tono y
frecuencia.
El
quinto seguía la percepción del habla del cerebro, y para el sexto los
datos se volvieron operativos al revelar un sitio específico neuronal en
el surco de la corteza auditiva que reaccionó a todos los fragmentos
musicales que los investigadores habían reproducido.
“El
sonido de un baterista, un silbido, canciones… casi todo lo que tenía
una cualidad musical, melódica o rítmica, lo activaba”, dijo
Norman-Haignere. “Esa es una razón por la que el resultado nos
sorprendió. Las señales del habla son mucho más homogéneas”.
Los
investigadores aún deben determinar exactamente qué características
acústicas de la música estimulan un sendero específico. ¿La constancia
relativa del tono de una nota musical? ¿Sus superposiciones armónicas?
Puede ser difícil afirmar que la música sea la responsable.
track back: nytimes.com/es
track back: nytimes.com/es